El príncipe
Jessica McElroy

Érase una vez un príncipe joven que vivía en un castillo grande entre los cerros de un reino lejano. Cada mañana se despertaba en sus sábanas de seda y sus sirvientes lo vestían. Sus días eran llenas de distracciones. Montaba en caballos, tiraba con arco, jugaba con los hijos de los nobles y exploraba los numerosos pasillos del castillo y los jardines. Siempre contaba con un banquete lujoso en la mesa del comedor para cada comida. Por las noches tenía el entretenimiento de artistas de todos lados que venían a tocar música, bailar y realizar obras para la familia real. Al parecer el joven príncipe tenía todo lo que un niño pudiera querer. Su vida era como un cuento de alas. Pero él tenía la vaga idea de que le faltara algo.

A sus padres, el rey y la reina, les importaba mucho la educación de su único hijo quien sería el rey un día. Desde su niñez, sus padres habían invitado a los mejores profesores particulares de todo el reino al castillo para enseñarle. El príncipe era muy inteligente, pero sus profesores siempre se desesperaron porque nunca echó un buen esfuerzo en sus estudios. Solía pasar su tiempo soñando despierto en los jardines o pensando silenciosamente en un balcón viendo la tierra afuera de los muros del castillo donde las calles iban estrechando y desapareciendo en la distancia.

El príncipe tenía tanta curiosidad por el mundo, porque nunca había conocido más que el mundo adentro de los muros del castillo. Se preguntaba cómo era la gente y que maravillas y aventuras estaban fuera. Cuando sus padres se iban de viaje a atender un negocio u otro en otros cortes, les rogaba que los acompañara, pero siempre le dijeron que no. A ellos les gustaba mimarle con nuevos juguetes que le compraban en sus viajes. pero él no podía salir del castillo con ellos hasta que era el rey.

Un día se frustró de sentirse enjaulado en el mismo edificio con la misma gente cada día. Estaba harto de estar aburrido e impotente, así que decidió tomar control de su propia vida. Era el tiempo del año cuando cada día entraban carretas de caballos para traer la cosecha a la cocina real. El príncipe esperó cerca de donde descargaban las carretas y cuando el granjero había terminado y estaba a punto de irse, se deslizó al fondo del carruaje y  se escondió bajo de un montón de sacos vacíos.

Sintió la carreta moviendo y echó un vistazo desde su escondite mientras salió de la puerta del castillo por la primera vez en su vida. Después de varias horas de viajar en la calle accidentada y mirar el campo pasar, la carreta se detuvo en un pueblo. Al descubrir el príncipe, el granjero se sobresaltó. El granjero no sabía quién era, pero el príncipe quedó en silencio y se negó a contestar sus preguntas. Desde que oscurecía, el granjero viejo le invitó a cenar en su casa. Por el camino, el príncipe estaba chocado al ver a los niños del pueblo andando por las calles con caras sucias  y harapos para ropa. Llegaron a la casucha del granjero, y su esposa les saludaron. Se sentaron en la mesa humilde y ella le sirvió un pedacito de pan. Él estaba con hambre y lo comí en un solo mordisco. Esperaba más comida pero nunca llegó.

Durante la cena, el príncipe descubrió que el granjero tuvo que entregar casi todo su cosecha a la familia real sin nada a cambio. Los soldados patrullaban los pueblos regularmente para asegurar que toda la comida fuera al castillo. A veces los soldados exigieron un lugar dónde dormir en las casas de los pueblos y muchas veces abusaron las mujeres. El granjero hablaba con ira del rey que siempre había negado escuchar a las quejas de los lugareños.

Ya que el príncipe era consciente de los problemas, se preguntaba porque su padre no controlaba los soldados y porque no cuidaba de los ciudadanos del reino como cuidaba de su propia familia. El príncipe resolvió ser mejor rey que su padre. Pasó varios años viajando por los pueblos hablando con los ciudadanos y conociendo sus preocupaciones y los deseos sin decirles quien era. Un día en un pueblo al borde del reino, escuchó que el rey había muerto. Regresó al castillo para reclamar el trono y gobernar como un rey sabio y benévolo.



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